Myriam Rossi García nº 17
Marta Roblizo Rámirez nº 15
Vanesa Pájaro Pérez nº 7
martes, 27 de marzo de 2007
martes, 20 de marzo de 2007
Reforma Monastica de Lorena en el siglo X
Hasta los años 50 en nuestro siglo, se pensaba por los estudiosos que Cluny había sido la cuna de todas las reformas monásticas del siglo X que encontramos en varios países occidentales. Tras los estudios de Casius Hallinger esta afirmación no se puede sostener. Junto a Cluny e independientemente surgían otros centros de renovación monástica, pudiendo hablarse de un poligenismo de las reformas monásticas del siglo X, que al principio eran independientes, pero que en una segunda fase de su desarrollo se encontraron y opusieron, aprendiendo unas de otras. El movimiento más influyente fue la reforma LORENENSE, así llamada por Hallinger o reforma de GOTZ, nombre del monasterio más importante.
El monasterio de san Gorgonio en Gotz, está situado en el ducado de la Lorena superior. Fue fundado en tiempos carolingios, antes del 757, por el obispo Crodegando de Metz, un contemporáneo de S. Bonifacio, colaborador del rey Pipino I. desde el inicio era un monasterio propio del obispo de Metz. Después de un primer florecimiento en el siglo VIII, decaerá en el IX a causa de la injerencia de la nobleza lorenesa, la cual disponía del monasterio imponiendo abades laicos. Este decaimiento fue detenido por otro obispo de Metz, el enérgico Adalberone I, el cual ofreció el monaterio a un grupo de clérigos que deseaba una vida ascética común. En la primavera del 934 comienzan su vida en común tomando como base la regla de S. Benito y las Consuetudines Carolingias, haciéndose una comunidad benedictina. En este mismo momento, otro obispo de Lorena, Dauselino de Tours, ciudad vecina a Metz, renovó un monasterio propio, el monasterio de Saint Evre. Poco después lo hará el obispo de Verdum con un programa semejante. Incluso en la ciudad de Treveris se sintió la necesidad de renovación, allí será el monasterio de S. Maximino el que se abra a tal impulso poniéndose en contacto con el grupo de Gotz. Por lo tanto tendremos algunos intentos de restauración, que al inicio eran más o menos independientes, pero que después serán un gran impulso común que llegará a todo el imperio otoniano. Entre los primeros que se abrieron a estos impulsos de renovación podemos señalar el monasterio de S. Pantaleón en Colonia, fundación del duque Bruno, hermano de Otón I; otro en Ratisbona, en Fulda, etc. . Toda esta corriente de renovación llegará a través del monasterio de S. Maximino de Treveris. En general tomaran las Consuetudines de este monasterio, después pedirán abades y monjes del mismo para una renovación interna de la comunidad. Todos aquellos monasterios reformados o nuevamente fundados gozarán de la protección y de la benevolencia de los otones. Otón I madó en el 953 a uno de los fundadores de Gotz, al abad Juan de Vandieres, a la corte del califa Abderramán III de Córdoba.
Los monasterios pertenecientes a la reforma lorenense no pretendían una organización congregacional, como en Cluny, sino que insistían en su propia autonomía. Esta es ya una gran diferencia con Cluny; por ello no tuvieron dificultad de colaborar con el rey y con los obispos. No tenían aquella Libertas romana que tuvo Cluny y por ello tenían que colaborar con el rey y los obispos locales. Las Consuetudines eran comunes a todos: el estilo de vida y la memoria litúrgica por los monjes difuntos (incluyendo las de otros monasterios reformados). Consecuencia de la hermandad de oración era que se intercambiaban entre los monasterios las listas de los difuntos.
Una segunda ola de la reforma lorenense se constata a partir del 996, cuando los obispos de Metz y Tours encargan a un cluniacense, Guillermo de Dijon, fundador del monasterio de Fruttuaria (Italia), una nueva reforma de los monasterios de sus diócesis. No se sabe si los monasterios lorenenses tuvieron en ese momento una necesidad de reforma, probablemente no, pero Cluny era tan conocido que los obispos querían abrir sus monasterios también a las Consuetudini de Cluny, sin confiarlos a Cluny, pudiendo así retenerlos como propios, pero que fueran influenciados por ese espíritu. Guillermo introdujo usos cluniacenses que se sobreponían a las más antiguas Consuetudines lorenenses. Esta reforma es denominada Reforma Neogotziense. Influyó mucho en la iglesia imperial por medio de Ekberto, monje de Gotz, muerto sobre el 1076, que llegará a ser abad al menos de un monasterio (Schwarzach), que se convertirá en el centro de irradiación de la reforma neogotzciense y que llegará hasta Austria y el Norte de Alemania. En la segunda mitad del siglo XI se habla de Gotz como la fuente de religio monástica. El influjo de Gotz en el imperio termina en la segunda mitad del siglo XII.
Otro centro de reforma monástica en Lorena fue el iniciado por Gerardo de Brognes cerca de Namur en el 923. Gerardo era un señor feudal de Lorena que funda en Brognes (919) un monasterio que al inicio era una comunidad de canónigos, pero que después, tomando el propio fundador el hábito benedictino en la abadía de Saint Denis, cerca de París, se transformará en una abadía benedictina de la que llegará a ser su abad. Gerardo pronto mostró su capacidad de organizador y reformador y se puso al servicio de príncipes que deseaban reformar los monasterios que estaban bajo sus dominios: el duque Hiselberto de Lorena y el conde Arnolfo I de Bélgica. El centro de irradiación se centró en el monasterio de S. Pedro de Gante; este lugar pertenecía al reino franco occidental pero se encontraban tan lejano que había llegado a ser prácticamente un principado o condado independiente. Este monasterio de S. Pedro extiende su importancia más allá del horizonte local ya que uno de los reformadores ingleses, Dunsatano, abad de Glawsgory, encontró refugio al huir de Inglaterra (955-59), siendo su estancia en el monasterio una de las raíces de la reforma monástica anglosajona de la segunda mitad del siglo X.
El monasterio de san Gorgonio en Gotz, está situado en el ducado de la Lorena superior. Fue fundado en tiempos carolingios, antes del 757, por el obispo Crodegando de Metz, un contemporáneo de S. Bonifacio, colaborador del rey Pipino I. desde el inicio era un monasterio propio del obispo de Metz. Después de un primer florecimiento en el siglo VIII, decaerá en el IX a causa de la injerencia de la nobleza lorenesa, la cual disponía del monasterio imponiendo abades laicos. Este decaimiento fue detenido por otro obispo de Metz, el enérgico Adalberone I, el cual ofreció el monaterio a un grupo de clérigos que deseaba una vida ascética común. En la primavera del 934 comienzan su vida en común tomando como base la regla de S. Benito y las Consuetudines Carolingias, haciéndose una comunidad benedictina. En este mismo momento, otro obispo de Lorena, Dauselino de Tours, ciudad vecina a Metz, renovó un monasterio propio, el monasterio de Saint Evre. Poco después lo hará el obispo de Verdum con un programa semejante. Incluso en la ciudad de Treveris se sintió la necesidad de renovación, allí será el monasterio de S. Maximino el que se abra a tal impulso poniéndose en contacto con el grupo de Gotz. Por lo tanto tendremos algunos intentos de restauración, que al inicio eran más o menos independientes, pero que después serán un gran impulso común que llegará a todo el imperio otoniano. Entre los primeros que se abrieron a estos impulsos de renovación podemos señalar el monasterio de S. Pantaleón en Colonia, fundación del duque Bruno, hermano de Otón I; otro en Ratisbona, en Fulda, etc. . Toda esta corriente de renovación llegará a través del monasterio de S. Maximino de Treveris. En general tomaran las Consuetudines de este monasterio, después pedirán abades y monjes del mismo para una renovación interna de la comunidad. Todos aquellos monasterios reformados o nuevamente fundados gozarán de la protección y de la benevolencia de los otones. Otón I madó en el 953 a uno de los fundadores de Gotz, al abad Juan de Vandieres, a la corte del califa Abderramán III de Córdoba.
Los monasterios pertenecientes a la reforma lorenense no pretendían una organización congregacional, como en Cluny, sino que insistían en su propia autonomía. Esta es ya una gran diferencia con Cluny; por ello no tuvieron dificultad de colaborar con el rey y con los obispos. No tenían aquella Libertas romana que tuvo Cluny y por ello tenían que colaborar con el rey y los obispos locales. Las Consuetudines eran comunes a todos: el estilo de vida y la memoria litúrgica por los monjes difuntos (incluyendo las de otros monasterios reformados). Consecuencia de la hermandad de oración era que se intercambiaban entre los monasterios las listas de los difuntos.
Una segunda ola de la reforma lorenense se constata a partir del 996, cuando los obispos de Metz y Tours encargan a un cluniacense, Guillermo de Dijon, fundador del monasterio de Fruttuaria (Italia), una nueva reforma de los monasterios de sus diócesis. No se sabe si los monasterios lorenenses tuvieron en ese momento una necesidad de reforma, probablemente no, pero Cluny era tan conocido que los obispos querían abrir sus monasterios también a las Consuetudini de Cluny, sin confiarlos a Cluny, pudiendo así retenerlos como propios, pero que fueran influenciados por ese espíritu. Guillermo introdujo usos cluniacenses que se sobreponían a las más antiguas Consuetudines lorenenses. Esta reforma es denominada Reforma Neogotziense. Influyó mucho en la iglesia imperial por medio de Ekberto, monje de Gotz, muerto sobre el 1076, que llegará a ser abad al menos de un monasterio (Schwarzach), que se convertirá en el centro de irradiación de la reforma neogotzciense y que llegará hasta Austria y el Norte de Alemania. En la segunda mitad del siglo XI se habla de Gotz como la fuente de religio monástica. El influjo de Gotz en el imperio termina en la segunda mitad del siglo XII.
Otro centro de reforma monástica en Lorena fue el iniciado por Gerardo de Brognes cerca de Namur en el 923. Gerardo era un señor feudal de Lorena que funda en Brognes (919) un monasterio que al inicio era una comunidad de canónigos, pero que después, tomando el propio fundador el hábito benedictino en la abadía de Saint Denis, cerca de París, se transformará en una abadía benedictina de la que llegará a ser su abad. Gerardo pronto mostró su capacidad de organizador y reformador y se puso al servicio de príncipes que deseaban reformar los monasterios que estaban bajo sus dominios: el duque Hiselberto de Lorena y el conde Arnolfo I de Bélgica. El centro de irradiación se centró en el monasterio de S. Pedro de Gante; este lugar pertenecía al reino franco occidental pero se encontraban tan lejano que había llegado a ser prácticamente un principado o condado independiente. Este monasterio de S. Pedro extiende su importancia más allá del horizonte local ya que uno de los reformadores ingleses, Dunsatano, abad de Glawsgory, encontró refugio al huir de Inglaterra (955-59), siendo su estancia en el monasterio una de las raíces de la reforma monástica anglosajona de la segunda mitad del siglo X.
La historia de la peninsula medieval
La historia medieval de la Península Ibérica se puede subdividir en dos períodos: a) Preponderancia musulmana hasta la mitad del XI, b) período de la Reconquista hasta el XIII.
a) El período de dominio islámico (711) se caracteriza por una preponderancia política y cultural de los árabes, aunque nunca consiguieron conquistar toda la Península. La España musulmana (Al-Andalús) era un estado independiente gobernado por el emir de Córdoba, que tras el 929 asumirá el título de califa. La unidad política del califato se romperá a causa de rivalidades internas. En el 1031 el último califa deja Córdoba comenzando un período de disturbios dentro del mundo musulmán español, formándose en las provincias pequeños reinos independientes llamados reinos de taifas, unos 30.
Estos reinos eran muy débiles para oponerse a los cristianos que desde el siglo IX intentaron expandir, de nuevo la esfera cristiana, a pesar del fraccionamiento de las fuerzas cristianas y de su rivalidad. Desde el siglo X podemos observar reagrupamientos estatales en España: el Reino de León (heredero del antiguo reino Astur-leonés), Castilla (antes perteneciente a León), Galicia (antes también perteneciente a León), la región en torno a Porto buscó también su independencia, en 1140 el conde de Porto asume el título de Rey de Portugal; Navarra, que con Sancho el Mayor (+1035) tiene un primer florecimiento y extensión, somete León, Castilla y el condado de Barcelona creando así un vasto reino que se descompone tras su muerte.
Podemos así hablar de 5 reinos cristianos: Navarra, Barcelona-Aragón, León-Castilla, Galicia y Portugal. Estos reinos no eran formaciones naturales o étnicas, sino puramente artificiales y dinásticas. Cuando en 1083 el rey Alfonso VI de León toma la ciudad de Toledo, los musulmanes pidieron ayuda a los almorávides (= los que viven juntos en una comunidad armada) del norte de Africa, los cuales batieron al rey leonés en 1096 e incorporaron la España musulmana a su reino del norte de Africa que se transformará así en una provincia suya.
Al final del siglo XI en Aragón se empieza a preparar un poco las cruzadas, ya que Sancho Ramírez, rey de Aragón, reclutó a millares de caballeros franceses contra los musulmanes, que tenían la finalidad de luchar contra los enemigos del cristianismo y adquirir tierras, realizando la llamada Expedición de Barbastro (1074). Con relación a esta expedición se discute, por parte de los estudios, sobre una eventual aprobación por parte del papa Alejandro II que habría concedido a los combatientes una indulgencia. Sancho y sus sucesores conquistaron así el reino musulmán de Zaragoza.
En el sur de Zaragoza un antiguo caballero del rey Alfonso VI de León y Castilla se creó un reino propio en Valencia, en medio de los musulmanes, Don Rodrigo de Vivar llamado el Cid (Mi Señor) Campeador (=combatiente victorioso, pero vasallo). Creado su principado defenderá Valencia de 1094 a 1099 contra los almorávides hasta su muerte en Valencia (+1099).
La iglesia española estaba dividida entre mozárabes y cristianos de observancia franco-romana en Cataluña. Los mozárabes, en las regiones cristianos del norte, tenían su centro espiritual en Santiago de Compostela donde, desde el siglo IX, se veneró la tumba del Apóstol Santiago el Mayor. Todavía Compostela no era sede episcopal perteneciendo a la diócesis de Iria, en el siglo XI se trasladará la sede de Iria a Compostela. El papa León IX ha excomulgado en el sínodo de Reims (1049) al obispo Gesconio de Compostela por llamarse Episcopus sedis apostolice. Será el papa Urbano II quien en 1095 aprobará el traslado de Iria a Compostela concediendo la exención de Compostela con respecto a la metropolitana de Braga
El rito visigótico-mozárabe de los cristianos españoles había suscitado ya las sospechas de la iglesia franca. Gregorio VII fue obligado a sustituir este rito antiguo por la liturgia romana. Había sospechas de herejía hacia este rito.
El papado reformado estaba insatisfecho con la organización diocesana de la Península, pero no hizo cambios radicales. En la práctica los cambios realizados supusieron que la sede primacial de Toledo se restaurará en 1088 pero con otra función. El nuevo arzobispo, Bernardo, que era un monje cluniacense, fue legado pontificio del papa con la finalidad de acercar la iglesia española a Roma. En el siglo XII comenzará propiamente la reconquista.
a) El período de dominio islámico (711) se caracteriza por una preponderancia política y cultural de los árabes, aunque nunca consiguieron conquistar toda la Península. La España musulmana (Al-Andalús) era un estado independiente gobernado por el emir de Córdoba, que tras el 929 asumirá el título de califa. La unidad política del califato se romperá a causa de rivalidades internas. En el 1031 el último califa deja Córdoba comenzando un período de disturbios dentro del mundo musulmán español, formándose en las provincias pequeños reinos independientes llamados reinos de taifas, unos 30.
Estos reinos eran muy débiles para oponerse a los cristianos que desde el siglo IX intentaron expandir, de nuevo la esfera cristiana, a pesar del fraccionamiento de las fuerzas cristianas y de su rivalidad. Desde el siglo X podemos observar reagrupamientos estatales en España: el Reino de León (heredero del antiguo reino Astur-leonés), Castilla (antes perteneciente a León), Galicia (antes también perteneciente a León), la región en torno a Porto buscó también su independencia, en 1140 el conde de Porto asume el título de Rey de Portugal; Navarra, que con Sancho el Mayor (+1035) tiene un primer florecimiento y extensión, somete León, Castilla y el condado de Barcelona creando así un vasto reino que se descompone tras su muerte.
Podemos así hablar de 5 reinos cristianos: Navarra, Barcelona-Aragón, León-Castilla, Galicia y Portugal. Estos reinos no eran formaciones naturales o étnicas, sino puramente artificiales y dinásticas. Cuando en 1083 el rey Alfonso VI de León toma la ciudad de Toledo, los musulmanes pidieron ayuda a los almorávides (= los que viven juntos en una comunidad armada) del norte de Africa, los cuales batieron al rey leonés en 1096 e incorporaron la España musulmana a su reino del norte de Africa que se transformará así en una provincia suya.
Al final del siglo XI en Aragón se empieza a preparar un poco las cruzadas, ya que Sancho Ramírez, rey de Aragón, reclutó a millares de caballeros franceses contra los musulmanes, que tenían la finalidad de luchar contra los enemigos del cristianismo y adquirir tierras, realizando la llamada Expedición de Barbastro (1074). Con relación a esta expedición se discute, por parte de los estudios, sobre una eventual aprobación por parte del papa Alejandro II que habría concedido a los combatientes una indulgencia. Sancho y sus sucesores conquistaron así el reino musulmán de Zaragoza.
En el sur de Zaragoza un antiguo caballero del rey Alfonso VI de León y Castilla se creó un reino propio en Valencia, en medio de los musulmanes, Don Rodrigo de Vivar llamado el Cid (Mi Señor) Campeador (=combatiente victorioso, pero vasallo). Creado su principado defenderá Valencia de 1094 a 1099 contra los almorávides hasta su muerte en Valencia (+1099).
La iglesia española estaba dividida entre mozárabes y cristianos de observancia franco-romana en Cataluña. Los mozárabes, en las regiones cristianos del norte, tenían su centro espiritual en Santiago de Compostela donde, desde el siglo IX, se veneró la tumba del Apóstol Santiago el Mayor. Todavía Compostela no era sede episcopal perteneciendo a la diócesis de Iria, en el siglo XI se trasladará la sede de Iria a Compostela. El papa León IX ha excomulgado en el sínodo de Reims (1049) al obispo Gesconio de Compostela por llamarse Episcopus sedis apostolice. Será el papa Urbano II quien en 1095 aprobará el traslado de Iria a Compostela concediendo la exención de Compostela con respecto a la metropolitana de Braga
El rito visigótico-mozárabe de los cristianos españoles había suscitado ya las sospechas de la iglesia franca. Gregorio VII fue obligado a sustituir este rito antiguo por la liturgia romana. Había sospechas de herejía hacia este rito.
El papado reformado estaba insatisfecho con la organización diocesana de la Península, pero no hizo cambios radicales. En la práctica los cambios realizados supusieron que la sede primacial de Toledo se restaurará en 1088 pero con otra función. El nuevo arzobispo, Bernardo, que era un monje cluniacense, fue legado pontificio del papa con la finalidad de acercar la iglesia española a Roma. En el siglo XII comenzará propiamente la reconquista.
lunes, 19 de marzo de 2007
El poder Papal
Durante la alta edad media la Iglesia católica, organizada en torno a una estructurada jerarquía con el papa como indiscutida cúspide, constituyó la más sofisticada institución de gobierno en Europa occidental. El Papado no sólo ejerció un control directo sobre el dominio de las tierras del centro y norte de Italia sino que además lo tuvo sobre toda Europa gracias a la diplomacia y a la administración de justicia (en este caso mediante el extenso sistema de tribunales eclesiásticos). Además las órdenes monásticas crecieron y prosperaron participando de lleno en la vida secular. Los antiguos monasterios benedictinos se imbricaron en la red de alianzas feudales. Los miembros de las nuevas órdenes monásticas, como los cistercienses, desecaron zonas pantanosas y limpiaron bosques; otras, como los franciscanos, entregados voluntariamente a la pobreza, pronto empezaron a participar en la renacida vida urbana. La Iglesia ya no se vería más como una ciudad espiritual en el exilio terrenal, sino como el centro de la existencia. La espiritualidad altomedieval adoptó un carácter individual, centrada ritualmente en el sacramento de la eucaristía y en la identificación subjetiva y emocional del creyente con el sufrimiento humano de Cristo. La creciente importancia del culto a la Virgen María, actitud desconocida en la Iglesia hasta este momento, tenia el mismo carácter emotivo.
La Iglesia en la Edad Media
La única institución europea con carácter universal fue la Iglesia, pero incluso en ella se había producido una fragmentación de la autoridad. Todo el poder en el seno de la jerarquía eclesiástica estaba en las manos de los obispos de cada región. El papa tenía una cierta preeminencia basada en el hecho de ser sucesor de san Pedro, primer obispo de Roma, a quien Cristo le había otorgado la máxima autoridad eclesiástica. No obstante, la elaborada maquinaria del gobierno eclesiástico y la idea de una Iglesia encabezada por el papa no se desarrollarían hasta pasados 500 años. La Iglesia se veía a sí misma como una comunidad espiritual de creyentes cristianos, exiliados del reino de Dios, que aguardaba en un mundo hostil el día de la salvación. Los miembros más destacados de esta comunidad se hallaban en los monasterios, diseminados por toda Europa y alejados de la jerarquía eclesiástica.
En el seno de la Iglesia hubo tendencias que aspiraban a unificar los rituales, el calendario y las reglas monásticas, opuestas a la desintegración y al desarrollo local. Al lado de estas medidas administrativas se conservaba la tradición cultural del Imperio romano. En el siglo IX, la llegada al poder de la dinastía Carolingia supuso el inicio de una nueva unidad europea basada en el legado romano, puesto que el poder político del emperador Carlomagno dependió de reformas administrativas en las que utilizó materiales, métodos y objetivos del extinto mundo romano.
En el seno de la Iglesia hubo tendencias que aspiraban a unificar los rituales, el calendario y las reglas monásticas, opuestas a la desintegración y al desarrollo local. Al lado de estas medidas administrativas se conservaba la tradición cultural del Imperio romano. En el siglo IX, la llegada al poder de la dinastía Carolingia supuso el inicio de una nueva unidad europea basada en el legado romano, puesto que el poder político del emperador Carlomagno dependió de reformas administrativas en las que utilizó materiales, métodos y objetivos del extinto mundo romano.

Primera Cruzada
Al Papa Gregorio VII se debe la idea de que los países cristianos se unieran para luchar contra el común enemigo religioso que era el Islam.
Lo cierto es que fue el Papa Urbano II (1088-1099) quien la puso en práctica. En el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia) Jueves 27 de noviembre de 1095, proclamó, al grito de '"Dieu lo volti"'(¡Dios lo quiere!), la denominada primera cruzada (1096-1099).
La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente humilde, dirigidas por el predicador Pedro el ermitaño. Este grupo formó la llamada Cruzada de los pobres. De forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando matanzas de judíos a su paso. A su llegada a Bizancio, el Basileus se apresuró a enviarlos al otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en territorio turco, donde fueron aniquilados fácilmente.
Mucho más organizada fue la llamada Cruzada de los príncipes, formada por una serie de contingentes armados, procedentes principalmente de Francia, Países Bajos y el reino normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por segundones de la nobleza como Godofredo de Bouillon, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento. Durante su estancia en Constantinopla, estos jefes juraron devolver al Imperio Bizantino aquellos territorios perdidos por éste frente a los turcos.
Captura de Jerusalén durante la Primera Cruzada
Desde Bizancio se dirigieron hacia Siria atravesando el territorio selyúcida, donde consiguieron una serie de sorprendentes victorias. Ya en Siria, pusieron sitio a Antioquía, que conquistaron tras un asedio de siete meses. Sin embargo no la devolvieron al Imperio Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí formando el Principado de Antioquía.
Desde Antioquía se dirigieron hacia Jerusalén, conquistando algunas plazas por el camino y sorteando otras. En junio de 1099 sitiaron la capital, que cayó en manos de los cruzados el 15 de julio de 1099. En la conquista los cruzados realizaron una terrible matanza, que no respetó a judíos ni a musulmanes, mujeres o niños.
Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, y muchos cruzados retornaron a sus países de origen. El resto se quedó para consolidar los territorios recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén (dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillon, que tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al principado de Antioquía, se crearon además los condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual Líbano).
Tras estos éxitos iniciales se produjo una nueva oleada de cruzados, que formaron la llamada cruzada de 1101. Sin embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue aniquilada por los turcos mientras atravesaban Anatolia. Este desastre apagó los espíritus cruzados durante casi 50 años.
Al Papa Gregorio VII se debe la idea de que los países cristianos se unieran para luchar contra el común enemigo religioso que era el Islam.
Lo cierto es que fue el Papa Urbano II (1088-1099) quien la puso en práctica. En el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia) Jueves 27 de noviembre de 1095, proclamó, al grito de '"Dieu lo volti"'(¡Dios lo quiere!), la denominada primera cruzada (1096-1099).
La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente humilde, dirigidas por el predicador Pedro el ermitaño. Este grupo formó la llamada Cruzada de los pobres. De forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando matanzas de judíos a su paso. A su llegada a Bizancio, el Basileus se apresuró a enviarlos al otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en territorio turco, donde fueron aniquilados fácilmente.
Mucho más organizada fue la llamada Cruzada de los príncipes, formada por una serie de contingentes armados, procedentes principalmente de Francia, Países Bajos y el reino normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por segundones de la nobleza como Godofredo de Bouillon, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento. Durante su estancia en Constantinopla, estos jefes juraron devolver al Imperio Bizantino aquellos territorios perdidos por éste frente a los turcos.
Captura de Jerusalén durante la Primera Cruzada
Desde Bizancio se dirigieron hacia Siria atravesando el territorio selyúcida, donde consiguieron una serie de sorprendentes victorias. Ya en Siria, pusieron sitio a Antioquía, que conquistaron tras un asedio de siete meses. Sin embargo no la devolvieron al Imperio Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí formando el Principado de Antioquía.
Desde Antioquía se dirigieron hacia Jerusalén, conquistando algunas plazas por el camino y sorteando otras. En junio de 1099 sitiaron la capital, que cayó en manos de los cruzados el 15 de julio de 1099. En la conquista los cruzados realizaron una terrible matanza, que no respetó a judíos ni a musulmanes, mujeres o niños.
Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, y muchos cruzados retornaron a sus países de origen. El resto se quedó para consolidar los territorios recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén (dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillon, que tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al principado de Antioquía, se crearon además los condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual Líbano).
Tras estos éxitos iniciales se produjo una nueva oleada de cruzados, que formaron la llamada cruzada de 1101. Sin embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue aniquilada por los turcos mientras atravesaban Anatolia. Este desastre apagó los espíritus cruzados durante casi 50 años.
sábado, 17 de marzo de 2007
Las Cruzadas

Caballeros de la quinta cruzada arriban al fuerte de Damietta
Las cruzadas fueron una serie de campañas militares comúnmente hechas a petición del Papa Urbano II, que tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII, contra los musulmanes para la recuperación de Tierra Santa y el Santo Sepulcro.
Básicamente, fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente.
Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas, en cumplimiento de un solemne voto, para liberar los Lugares santos de la dominación mahometana. El origen de la palabra remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas.
Escritores medievales utilizan los términos crux (pro cruce transmarina, Estatuto de 1284, citado por Du Cange s.v. crux), croisement (Joinville), croiserie (Monstrelet), etc. Desde la edad media el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir a todas las guerras emprendidas en cumplimiento de un voto, y dirigidas contra infieles, ej. contra mahometanos, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.
Las guerras emprendidas por los españoles contra los moros constituyeron una cruzada incesante del siglo XI al XVI; en el norte de Europa se organizaron cruzadas contra los prusianos y lituanos; el exterminio de la herejía albigense se debió a una cruzada, y, en el siglo XIII los papas predicaron cruzadas contra Juan Sin Tierra y Federico II.
Pero la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a todas las guerras de carácter religioso, como, por ejemplo, la expedición de Heraclio contra los persas en el siglo VII y la conquista de Sajonia por Carlomagno. La idea de la cruzada corresponde a una concepción política que se dio sólo en la Cristiandad del siglo XI al XV; esto supone una unión de todos los pueblos y soberanos bajo la dirección de los papas. Todas las cruzadas se anunciaron por la predicación.
Después de pronunciar un voto solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del papa o de su legado, y era desde ese momento considerado como un soldado de la Iglesia. A los cruzados también se les concedían indulgencias y privilegios temporales, tales como exención de la jurisdicción civil, inviolabilidad de personas o tierras, etc. De todas esas guerras emprendidas en nombre de la Cristiandad, las más importantes fueron las Cruzadas Orientales, que son las únicas tratadas en este artículo.
Las cruzadas fueron una serie de campañas militares comúnmente hechas a petición del Papa Urbano II, que tuvieron lugar entre los siglos XI y XIII, contra los musulmanes para la recuperación de Tierra Santa y el Santo Sepulcro.
Básicamente, fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente.
Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas, en cumplimiento de un solemne voto, para liberar los Lugares santos de la dominación mahometana. El origen de la palabra remonta a la cruz hecha de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas iniciativas.
Escritores medievales utilizan los términos crux (pro cruce transmarina, Estatuto de 1284, citado por Du Cange s.v. crux), croisement (Joinville), croiserie (Monstrelet), etc. Desde la edad media el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir a todas las guerras emprendidas en cumplimiento de un voto, y dirigidas contra infieles, ej. contra mahometanos, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.
Las guerras emprendidas por los españoles contra los moros constituyeron una cruzada incesante del siglo XI al XVI; en el norte de Europa se organizaron cruzadas contra los prusianos y lituanos; el exterminio de la herejía albigense se debió a una cruzada, y, en el siglo XIII los papas predicaron cruzadas contra Juan Sin Tierra y Federico II.
Pero la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a todas las guerras de carácter religioso, como, por ejemplo, la expedición de Heraclio contra los persas en el siglo VII y la conquista de Sajonia por Carlomagno. La idea de la cruzada corresponde a una concepción política que se dio sólo en la Cristiandad del siglo XI al XV; esto supone una unión de todos los pueblos y soberanos bajo la dirección de los papas. Todas las cruzadas se anunciaron por la predicación.
Después de pronunciar un voto solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del papa o de su legado, y era desde ese momento considerado como un soldado de la Iglesia. A los cruzados también se les concedían indulgencias y privilegios temporales, tales como exención de la jurisdicción civil, inviolabilidad de personas o tierras, etc. De todas esas guerras emprendidas en nombre de la Cristiandad, las más importantes fueron las Cruzadas Orientales, que son las únicas tratadas en este artículo.
La Historia De La Iglesia
La historia de la iglesia, que abarca casi 2.000 años, constituye un tema que nadie sino sólo el Espíritu Santo de Dios puede recopilar. Los hechos en los que tal historia debería basarse sólo los conoce Aquel que, en humilde gracia, ha estado aquí en la tierra todo el tiempo manteniendo en la asamblea un testimonio de la verdad según la revelación de Dios. En medio de las glorias crecientes y menguantes de la iglesia, Él ha sido, por una parte, el dolorido Testigo de cada paso de alejamiento y de decadencia, y, por la otra, el Manantial interior de cada sentimiento espiritual en pos de Dios, y la Fuente vivificadora de cada fase de recuperación y avivamiento. Con precisión divina, Él ha evaluado lo que es de verdadero valor, al ser capaz de distinguir entre lo que es de Dios y lo que es del hombre.
Es la incapacidad de llevar esto a cabo, así como la imposibilidad de penetrar más allá de lo que el ojo puede ver o que el oído puede oír, la que ha limitado las actividades de todos los historiadores humanos.
Si se tiene presente esta importante reserva, se puede decir que se han hecho muchos excelentes intentos para registrar la historia pública de la iglesia, y en esto nos ayudan las mismas Sagradas Escrituras. Por ejemplo, J. N. Darby (refiriéndose a las cartas a las siete iglesias en Asia, que aparecen en Apocalipsis 2 y 3), dijo: «No me cabe duda de que esta serie de iglesias es de aplicación como historia al estado moral sucesivo de toda la iglesia: las cuatro primeras se refieren a la historia de la iglesia desde su primera decadencia hasta su actual condición bajo el Papado; las últimas tres son la historia del Protestantismo».
Este marco histórico dado por Dios ha permitido a piadosos historiadores seguir las varias fases a través de las que ha pasado la Iglesia de Dios; aunque está claro que las últimas cuatro fases corren simultáneamente. En estos discursos, la iglesia es contemplada en su posición de responsabilidad en el mundo, como testigo público de Cristo. Como tal, está sujeta a fracasos y consiguientemente cae bajo la reprensión de Cristo por su infidelidad.
Las persecuciones comenzaron el 64 d.C.
Es evidente, leyendo las epístolas de la Escritura, que la decadencia y el fracaso ya se habían introducido incluso en los tiempos de los apóstoles. No sólo Pablo tiene que decir en su segunda epístola a Timoteo que todos los de Asia lo habían abandonado, sino que el Señor, dirigiéndose al ángel de la asamblea de Éfeso —la primera de las siete— dice: «Has dejado tu primer amor». Esta decadencia fue seguida poco después por un tiempo de intensa persecución. Comenzó en el reinado de Nerón y por su instigación, y prosiguió durante casi tres siglos. Es destacable que durante este período la historia ha registrado diez persecuciones generales distintas, lo que puede tener que ver con la palabra del Señor a la segunda asamblea — Esmirna: «Tendréis tribulación por diez días».
Se puede también hacer referencia de pasada al temprano cumplimiento de la palabra del Señor acerca de la destrucción de Jerusalén. El 70 d.C. la ciudad fue devastada por el general romano Tito, y se ha dicho que más de un millón de personas murieron en el asedio y en la terrible guerra civil que al mismo tiempo estaba desatada dentro de sus murallas.
Es innecesario en una sinopsis como esta entrar en los detalles de las diez primeras persecuciones o registrar la larga historia de los mártires cuya sangre sirvió para regar la simiente del evangelio. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, sufrieron igualmente en muchas partes de Europa y Asia. Además de la mayoría de los apóstoles y de otros hombres de Dios mencionados en las Escrituras, como Timoteo, destacan de manera preeminente los nombres de Ignacio, Policarpo, Justino y Perpetua entre los muchos cuya fidelidad inalterable a Cristo les procuró la palma del martirio. Una y otra vez, con terrible ferocidad, se descargaron los poderes del infierno contra la iglesia, pero ésta prosperó en medio de la persecución, y, en lo principal, los períodos de calma que hubo entre las tormentas dieron evidencia de la expansión del evangelio. Los esfuerzos por aniquilarlo fueron terribles e implacables, pero las puertas del infierno no iban a prevalecer, y muchos miles de almas que habían estado buscando en vano descanso para sus corazones en las mitologías de Roma y de Egipto se declararon seguidores gustosos de Cristo.
Es la incapacidad de llevar esto a cabo, así como la imposibilidad de penetrar más allá de lo que el ojo puede ver o que el oído puede oír, la que ha limitado las actividades de todos los historiadores humanos.
Si se tiene presente esta importante reserva, se puede decir que se han hecho muchos excelentes intentos para registrar la historia pública de la iglesia, y en esto nos ayudan las mismas Sagradas Escrituras. Por ejemplo, J. N. Darby (refiriéndose a las cartas a las siete iglesias en Asia, que aparecen en Apocalipsis 2 y 3), dijo: «No me cabe duda de que esta serie de iglesias es de aplicación como historia al estado moral sucesivo de toda la iglesia: las cuatro primeras se refieren a la historia de la iglesia desde su primera decadencia hasta su actual condición bajo el Papado; las últimas tres son la historia del Protestantismo».
Este marco histórico dado por Dios ha permitido a piadosos historiadores seguir las varias fases a través de las que ha pasado la Iglesia de Dios; aunque está claro que las últimas cuatro fases corren simultáneamente. En estos discursos, la iglesia es contemplada en su posición de responsabilidad en el mundo, como testigo público de Cristo. Como tal, está sujeta a fracasos y consiguientemente cae bajo la reprensión de Cristo por su infidelidad.
Las persecuciones comenzaron el 64 d.C.
Es evidente, leyendo las epístolas de la Escritura, que la decadencia y el fracaso ya se habían introducido incluso en los tiempos de los apóstoles. No sólo Pablo tiene que decir en su segunda epístola a Timoteo que todos los de Asia lo habían abandonado, sino que el Señor, dirigiéndose al ángel de la asamblea de Éfeso —la primera de las siete— dice: «Has dejado tu primer amor». Esta decadencia fue seguida poco después por un tiempo de intensa persecución. Comenzó en el reinado de Nerón y por su instigación, y prosiguió durante casi tres siglos. Es destacable que durante este período la historia ha registrado diez persecuciones generales distintas, lo que puede tener que ver con la palabra del Señor a la segunda asamblea — Esmirna: «Tendréis tribulación por diez días».
Se puede también hacer referencia de pasada al temprano cumplimiento de la palabra del Señor acerca de la destrucción de Jerusalén. El 70 d.C. la ciudad fue devastada por el general romano Tito, y se ha dicho que más de un millón de personas murieron en el asedio y en la terrible guerra civil que al mismo tiempo estaba desatada dentro de sus murallas.
Es innecesario en una sinopsis como esta entrar en los detalles de las diez primeras persecuciones o registrar la larga historia de los mártires cuya sangre sirvió para regar la simiente del evangelio. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, sufrieron igualmente en muchas partes de Europa y Asia. Además de la mayoría de los apóstoles y de otros hombres de Dios mencionados en las Escrituras, como Timoteo, destacan de manera preeminente los nombres de Ignacio, Policarpo, Justino y Perpetua entre los muchos cuya fidelidad inalterable a Cristo les procuró la palma del martirio. Una y otra vez, con terrible ferocidad, se descargaron los poderes del infierno contra la iglesia, pero ésta prosperó en medio de la persecución, y, en lo principal, los períodos de calma que hubo entre las tormentas dieron evidencia de la expansión del evangelio. Los esfuerzos por aniquilarlo fueron terribles e implacables, pero las puertas del infierno no iban a prevalecer, y muchos miles de almas que habían estado buscando en vano descanso para sus corazones en las mitologías de Roma y de Egipto se declararon seguidores gustosos de Cristo.
La Inquisición Española

El origen de la Inquisición española se remonta a 1242 y su abolición definitiva data de 1834. Sin embargo, el Santo Oficio adquirió mayor auge desde su refundación por los Reyes Católicos en 1478 y hasta el advenimiento de la dinastía borbónica a inicios del XVIII.
La Inquisición española es no sólo una entidad polémica, sino también poco conocida por el gran público. Aproximarse a su actuación no significa, obviamente, realizar una apología. Divulgar su trayectoria equivale más bien a contrastar datos, interpretándolos en un contexto y también saber cómo valora la Jerarquía de la Iglesia en la actualidad su actuación global.
Muchos y renombrados expertos contemporáneos han dado por zanjadas posturas de defensa a ultranza o condena total: "la controversia ideológica, el enfrentamiento religioso, tan agudos en tiempos lejanos, han dejado paso a una actitud serena y ecuánime que comparten hombres de las más diversas tendencias. No se trata de ensalzar ni de abominar, simplemente comprender, lo que no implica deplorar determinados comportamientos", ha afirmado el académico de la Historia A. Domínguez Ortiz.
La Inquisición española es no sólo una entidad polémica, sino también poco conocida por el gran público. Aproximarse a su actuación no significa, obviamente, realizar una apología. Divulgar su trayectoria equivale más bien a contrastar datos, interpretándolos en un contexto y también saber cómo valora la Jerarquía de la Iglesia en la actualidad su actuación global.
Muchos y renombrados expertos contemporáneos han dado por zanjadas posturas de defensa a ultranza o condena total: "la controversia ideológica, el enfrentamiento religioso, tan agudos en tiempos lejanos, han dejado paso a una actitud serena y ecuánime que comparten hombres de las más diversas tendencias. No se trata de ensalzar ni de abominar, simplemente comprender, lo que no implica deplorar determinados comportamientos", ha afirmado el académico de la Historia A. Domínguez Ortiz.
martes, 13 de marzo de 2007
Edad Media

Edad Media es el término utilizado para referirse a un período de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio Romano de Occidente, en el año 476 d.C, siglo V, hasta el siglo XV con la caída de Constantinopla en 1453. También se señala como fecha de término la de la invención de la imprenta, en 1455 o el descubrimiento de América, en 1492.
La Edad Media suele dividirse convencionalmente en dos periodos, llamados Alta Edad Media y Baja Edad Media, ambas expresiones surgidas de una mala traducción del idioma alemán, y que significan "temprana" y "tardía", respectivamente. Se ha propuesto también llamar a los primeros siglos de la Alta Edad Media como Antigüedad Tardía u otras denominaciones similares como Edad Oscura, pero dicha terminología no es universalmente aceptada.
La Edad Media suele dividirse convencionalmente en dos periodos, llamados Alta Edad Media y Baja Edad Media, ambas expresiones surgidas de una mala traducción del idioma alemán, y que significan "temprana" y "tardía", respectivamente. Se ha propuesto también llamar a los primeros siglos de la Alta Edad Media como Antigüedad Tardía u otras denominaciones similares como Edad Oscura, pero dicha terminología no es universalmente aceptada.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)